Beatificación en Roma

Santiago de Chile, EL MERCURIO, Viernes 27 de Marzo de 1992

Carlos Oviedo Cavada, Arzobispo de Santiago

Conocí a monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer a través de su pequeño libro “Camino” que por los años cincuenta alcanzó extraordinaria difusión entre nosotros y en todo el mundo. No teníamos, por entonces, mayores datos sobre su persona y su fundación, el Opus Dei. Aunque nunca tuve ocasión de verlo en persona, ni siquiera cuando vino a Chile, “Camino” me acercó a su autor. Lo sentí simpático y directo, de gran sabiduría para inspirar una vida cristiana en el diario que hacer. Fue tanta la influencia de “Camino” que alguien lo llamó el “Kempis de los tiempos modernos”, recordando a la célebre “Imitación de Cristo”.

De entre tantos hermosos pensamientos en “Camino”, destaco uno de permanente actualidad: “Estas crisis mundiales son crisis de santos”. Ya el cardenal Newman había dicho una vez: “Dadme cinco santos y convertiré a la ciudad de Londres”.

Aludo a este pensamiento porque yo soy también, y cada vez más, un convencido de que con santos seremos capaces de superar tantos problemas morales que afectan, en los más variados campos, a muy vastos sectores de nuestra sociedad. “La santidad -nos decía el Papa a los obispos chilenos en nuestra visita ‘ad limina’ de 1984- es un problema de perenne validez. Es el don más precioso y más rico que podamos ofrecer a nuestras comunidades. Es también el camino de verdadera renovación que el concilio nos ha pedido aportar a la Iglesia”. “Hacen falta santos” proclamaba en su viaje apostólico a Francia, mientras autografiaba la famosa frase del cura de Ars: “Por donde pasan los santos, Dios pasa con ellos”. En esta percepción han de comprenderse e inspirarse nuestros afanes por la nueva evangelización; tal es, también, la meta y la condición del buen éxito de nuestra próxima misión general.

En Chile, gracias a Dios, nos hemos ido sensibilizando con respecto al tema. Se han publicado las cartas y se han difundido biografías de la beata Teresa de Jesús, o sor Teresa de Los Andes. Conocida sólo por sus familiares y luego en su monasterio, ella falleció cuando apenas tenía 20 años: Hoy, sin embargo, su ejemplo inspira y arrastra a multitudes cada vez mayores, atraídas por su santidad sencilla y accesible, centrada -como nos decía el Papa al beatificarla- en lo esencial del Evangelio: amar, sufrir, orar, servir.

La beata Laurita Vicuña murió siendo niña adolescente de escasos doce años. Pasó gran parte de su vida en Argentina. Más y más, sin embargo, se va abriendo paso su ejemplo y la enseñanza de sus heroicas virtudes en medio de ingratos problemas familiares.

Del padre Alberto Hurtado sabemos bastante más. Somos muchos los que le conocimos en persona y pudimos experimentar su decisivo y transformador influjo. Su obra se ha ido propagando en servicio de los más pobres con el Hogar de Cristo y por el trabajo de la Compañía de Jesús.

Dentro de poco esperamos la beatificación de monseñor Escrivá de Balaguer. Él nació en España, en 1902. Fue ordenado sacerdote en 1925. Tres años más tarde fundó en Madrid el Opus Dei. En 1930 extendió su acción de apostolado entre las mujeres, y en 1943 entre los sacerdotes mediante la Sociedad de la Santa Cruz. El Opus Dei fue aprobado definitivamente por la Santa Sede en 1950 y erigido en 1982 como prelatura personal.

Su carisma eclesial específico consiste “en la vigorosa proclamación de la radicalidad de la vocación bautismal, en cuanto vocación a la santidad”. Así leemos en el decreto pontificio por el que se reconoce un milagro atribuido a la intercesión de este sacerdote el 16 de julio de 1991. Su obra -continúa el mismo decreto- ha abierto así “un vasto camino de santificación en medio del mundo, sin necesidad de cambiar de estado, en el ejercicio del trabajo profesional y en el cumplimiento amoroso de los deberes ordinarios”.

La causa de beatificación de monseñor Escrivá de Balaguer fue introducida en Roma en 1981. El Santo Padre declaró, en 1990, la heroicidad de sus virtudes cristianas y, un año más tarde, firmó el decreto por el que se reconoce un milagro atribuido a su intercesión. Diversas nuevas disposiciones del derecho canónico han contribuido a que su proceso camine en forma más expedita, superando plazos que solían ser más dilatados. La exigencia, acuciosidad y rigor en cada una de las instancias y actuaciones del proceso se enmarcan, sin embargo, en la inalterable seriedad con que la Iglesia busca determinar, con certeza moral, que uno de sus hijos merece ser propuesto a todos como ejemplo e intercesor, tras haber vivido en grado heroico su fidelidad al Evangelio.

Son conocidas las controversias desatadas en torno a esta cuestión, cómo asimismo los cuestionamientos que algunos levantan en contra de la obra misma de monseñor Escrivá. Sus orígenes, causas y procedimientos son diversos, y no siempre legítimos: algunos de estos cuestionamientos son anónimos. Más allá de la posible malicia, error o desinformación, debe tenerse en cuenta la dificultad que suelen encontrar nuevos é importantes carismas para acreditarse en la experiencia de la Iglesia. Recordemos, por ejemplo, las resistencias que despertó el Movimiento Apostólico de Schönstatt cuando empezó a difundirse entre nosotros. Algo semejante ha ocurrido con los Cursillos de Cristiandad, el Movimiento Carismático, Los Neocatecúmenos, los Legionarios de Cristo. En el siglo XVIII fue suprimida, en diversos imperios y reinos, la Compañía de Jesús, y hasta el Papa Clemente XIV fue presionado a decretar la supresión de esa orden religiosa. La historia certifica el daño causado por tal supresión y los grandes bienes y frutos acarreados por su oportuna restauración. Para el creyente es necesario y suficiente saber que tina obra cuenta, como en el caso del Opus Dei, con la explícita aprobación y aun recomendación de la Iglesia, en la persona de los últimos cinco sumos pontífices.

Por otra parte, la jerarquía eclesiástica no ha tratado nunca de imponer al Opus Dei. Pertenece a la misión del pastor -en la Iglesia universal como en las iglesias particulares- discernir, verificar, estimular e impulsar ordenadamente todos los diversos carismas que la libertad del espíritu haga surgir en su Iglesia, sin sofocar ni imponer por preferencias personales. El Opus Dei vive y trabaja en este marco pluralista, reflejado en los hermosos elogios que el martirizado monseñor Oscar Romero, quien fuera arzobispo de San Salvador, hizo dos veces del Opus Dei en sus “Memorias”. Y entre nosotros, el Opus Dei trabaja en los más variados ambientes sociales.

Mi palabra de pastor es, en consecuencia, de gozo frente a un nuevo beato que recuerda a la Iglesia su radical vocación a la santidad y le ofrece un camino para vivirla en el diario quehacer. La evangelización de la cultura, en su más amplío radio, puede recibir poderosos impulsos a través de su carisma. Todos nosotros necesitamos el ejemplo y el apoyo intercesor de quienes, como monseñor Escrivá de Balaguer, han cifrado su existencia entera en ser hijos fíeles de la Iglesia.

Carlos Oviedo Cavada, Arzobispo de Santiago de Chile, El Mercurio (Santiago de Chile), 27.3.92

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