Carisma de fundador [Opus Dei]

EL UNIVERSAL, Viernes 8 de Mayo de 1992, Caracas, Venezuela

Carisma de fundador

Por Rafael Tomás Caldera

El 2 de octubre de 1928, Josemaría Escrivá, entonces un joven sacerdote desconocido, de’ veintiséis años, se halla recogido en un convento de los Padres Paúles, calle García de Paredes, en Madrid, haciendo unos días de retiro espiritual. En la quietud de su habitación, orando, repasa algunas anotaciones hechas a lo largo de los días, para retener luces de Dios para su vida y su actividad. Es el momento dispuesto -desde toda la eternidad- por la Providencia Divina para inspirar a aquel instrumento elegido. De improviso, Josemaría ve -así lo describirá siempre, cuando se refiera a ello el designio de Dios, esa obra, todavía sin nombre pero ya con perfil definido, que Dios quería suscitar para renovar el llamamiento universal a la santidad, abriendo un camino de santificación en medio del mundo, en los afanes de la vida ordinaria. “¡Qué poco ruido hacen-los verdaderos milagros! ¡Qué simples son los sucesos esenciales!”, podríamos decir con palabras de un escritor francés. O, como: lo formula un cartujo, al hablar de la Navidad: “Siempre que Dios quiere hacer algo grande, que quiere poner el comienzo de una vida nueva, prepara un lugar secreto, un asilo de pureza y de silencio, donde su acción pueda ser recibida por entero y no verse entorpecida por nada. Todo comienza así en el recogimiento y el misterio, como lo vemos en Belén”.

“Desde ese momento -dirá monseñor Escrivá años más tarde no tuve ya tranquilidad alguna, y empecé a trabajar, de mala ganó, porque me resistía a meterme a fundar nada; pero comencé a trabajar, a moverme, a hacer: a poner los fundamentos Aquel joven sacerdote no quería, no pensó ni deseó nunca hacer una Fundación. No eligió fundar; fue elegido. Se hizo claro entonces el sentido de la larga preparación a la que el Señor lo había sometido, desde su consagración, niño, por su madre a la Santísima Virgen, a quien debía la salud, hasta su ordenación como sacerdote para estar más disponible, con aquellos años de súplica incesante a Dios para conocer su voluntad: Señor, ¡qué vea! Se trataba de disponer adecuadamente el lugar donde debía insertarse la semilla. Como lo dirá muchas veces luego, cuando Dios quiere hacer una obró entre los hombres, primero escoge los instrumentos (…). los prepara -gracia y golpes de martillo- (…) los llama y los envía.

Esta inspiración, este haber visto en un momento dado lo querido por Dios, permite comprender, al considerar el Opus Dei, que no estarnos ante un fenómeno asociativo -un grupo de hombres que se reúnen para servir a Dios-, sino propiamente ante una obra de Dios: Dios que convoca a los hombres para unirlos con El. Por eso, todo está dado desde el inicio en el carisma -la gracia- del Fundador, y se irá desplegando en el tiempo, siempre con la intervención de la Divina Providencia. “La Sabiduría infinita me ha ido conduciendo, -escribía en 1950-, como si jugara conmigo, desde la oscuridad de los primeros barruntos, hasta la claridad con que veo cada detalle de la Obra…”. Y, en otra ocasión: “Dios. me llevaba de la mano, calladamente, poco a poco, hasta hacer su castillo (como un padre que juega con su hijo pequeño): da este paso -parece que decía-, pon esto ahora aquí, quita esto de delante y ponlo allá. Así ha ido el Señor construyendo su Obra, con trazos firmes y perfiles delicados, antigua y nueva como la Palabra de Cristo”.

Por otra parte, al tratarse de un principio de vida, no de una teoría, fruto de la reflexión, la Obra vista es -podríamos decir- como un código genético, capaz de transmitirse a muchos y de organizar la entera construcción del cuerpo. No es un troquel, para producir -por repetición objetos en serie. Es algo uno y unitario, que se refractará luego en los múltiples aspectos de la vida que toque su luz, aunando contrarios aparentes: amar al mundo sin ser mundano; tener alma de sacerdote y mentalidad laical; defender la libertad de las conciencias y seguir fielmente el Magisterio de la Iglesia. Por eso también quizás los escritos del Fundador del Opus Dei siguen ante todo una. lógica viva, el “orden de la caridad”” donde en cada tema parecen estar presentes, de alguna manera, todos los demás; escritos no compuestos, sino expresados bajo el impulso del Espíritu.

Al hablar de los dones de la contemplación y del encendimiento en amor de Dios, San Juan de la Cruz anota: “Pocas almas llegan a tanto como esto (que acaba de describir); mas algunas han llegado, mayormente las de aquellos cuya virtud y espíritu se había de difundir en la, sucesión, de sus hijos” (tiene ante los ojos, con seguridad, la vida de Santa Teresa), enunciando enseguida el principio general del carisma de fundador: “Dando Dios la riqueza y valor a las cabezas en las primicias del espíritu, según la mayor o menor sucesión que, habían de tener en su doctrina y espíritu” (Llama, 2, 12).

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