Una pionera del Opus Dei: Nisa González

Fuente: Nisa González Guzmán, La Crónica 16 de León (León, España), 17.5.1992

BEATIFICACIÓN DEL FUNDADOR DEL OPUS DEI

Una leonesa, pionera del Opus Dei

Nisa González Guzmán es una de las cinco primeras mujeres que siguieron a monseñor Escrivá.

A las puertas del beatificación del fundador del Opus Dei, que tan controvertida polémica está levantando, se nos ocurrió investigar en las raíces leonesas de esta novel prelatura. Y buscando… hemos dado con Nisa González Guzmán, leonesa, que es precisamente una de las cinco primeras mujeres que siguieron a monseñor Escrivá, en su recién fundado Opus Dei. Actualmente reside en Valencia, y allá vamos a entrevistarla.

– Nisa, ¿cómo fue su encuentro con el Opus Dei y cómo conoció al fundador?

– Fue en los primeros días de agosto de 1940. Por entonces, yo era una mujer joven, vivía con mi familia y procuraba llenar los días como solía hacerlo cualquier chica de mi edad y de mi ambiente. Estudiaba idiomas, viajaba y practicaba diversos deportes, particularmente tenis y esquí. Por entonces acababa de recibir con entusiasmo una copa ganada en un campeonato de descenso.

Todo esto me llenaba, pero relativamente. Lo curioso es que nunca me había planteado el problema de una vocación de entrega total a Dios. Solía confesarme con don Heliodoro Gil Rivera, que quería mucho a monseñor Escrivá y en alguna ocasión me había comentado la intensa labor apostólica que realizaba.

De todos modos, era muy poco lo que yo sabía de la Obra, cuando tuve ocasión de conocer a su fundador. Se hospedaba en el Palacio Episcopal, porque había venido a León a dar unos ejercicios espirituales a los sacerdotes de la Diócesis, invitado por el obispo, don Carmelo Ballester. Creo que también estuvo en Astorga.

– Dicen que monseñor Escrivá tenía un carácter particularmente abierto, sencillo… ¿quizá persuasivo?, ¿le impresionó ya en aquel primer encuentro? Cuéntenos, por favor, lo que recuerda de él.

– Cuando entré en aquel edificio, -hace unos años pude comprobar que se conserva igual- no sé por qué, tuve el presentimiento de que aquel encuentro iba a cambiar mi vida. Me hicieron pasar a un salón, y poco después apareció el padre: un sacerdote joven, -por aquel entonces contaría unos 38 años- de una gran amabilidad, sencillo, natural y muy alegre. Me llamó por mi nombre… y, sí, me impresionó hondamente. Inmediatamente capté en él un hondo sentido sobrenatural, junto a una sinceridad y fe grandes. Le hice algunas preguntas. Él no se extendió en largas ni persuasivas explicaciones. Brevemente me expuso lo que se proponía, que era sencillamente poner el mundo a los pies de Cristo. Santificar las realidades humanas desde dentro, y santificarse en ellas, sin apartarse del mundo ni de los demás ciudadanos. Y esto debíamos hacerlo los mismos cristianos, como en los primeros siglos de la Iglesia. No era tarea sólo de los sacerdotes y religiosos. Los laicos no nos podíamos desentender de este encargo de Jesucristo. Hablaba con fuerza, con convicción. Se abría ante mí un panorama de vida interior y de labor apostólica que me atraía enormemente. Vivía y transmitía el espíritu del Opus Dei con tal fe y abandono en Dios que arrastraba: hablaba en presente lo que no tardé en ver hecho realidad palpable. Se me grabó también en el alma su cariño a la Santísima Virgen, su fidelidad a la Iglesia y al Santo Padre.

Recuerdo que me hizo una pregunta, con tal sencillez que me dejó algo desconcertada y me hizo reflexionar:

-Hija mía, ¿amas mucho a nuestro Señor?

Me despedí de él cambiada, aunque no le comenté nada en aquel momento. Con su prudencia se limitó a animarme a vivir cada vez más cerca de Dios, en medio del ambiente que me rodeaba. Al despedirme me llamó la atención su gravedad: aunque era un sacerdote joven, su cordialidad era mesurada y amable. Desde aquel día creció mi inquietud. Noté que la llamada del Señor había sonado, aunque tardé un tiempo en responder.

– ¿Entonces, no se hizo dé la Obra enseguida? ¿No le convenció… y si no, qué la detuvo? Muchos hablan de captación en el Opus Dei.

Dios tiene sus planes, su momento, y por otra parte monseñor Escrivá era prudente. No quería decisiones alocadas, precipitadas, fruto de un entusiasmo inmaduro. A lo largo de aquel año, yo fui madurando sola aquella inquietud interior, y en mayo del 41, decidí hacer un viaje a Madrid, expresamente para ver al padre y manifestarle mi deseo de pertenecer a la Obra, si me admitía. Toda la incertidumbre de la primera entrevista se había convertido en una seguridad y firmeza que nunca más he perdido. Me escuchó atento, pero aún me hizo esperar. Me invitó a que tres meses después volviera a Madrid para hacer un curso de retiro. Entonces podría meditar despacio esa determinación que había tomado y afianzaría mi decisión. Así lo hice, y en agosto empecé aquel curso de retiro que él mismo nos dirigía. Éramos unas doce. Nos habló mucho -con palabras de fuego- de amor a Dios y de ser almas de oración.

– ¿Y después?

– Aún no había ningún centro de mujeres del Opus Dei, y mientras se buscaba uno, volví con los míos. Cuando se abrió nuestro primer centro, en la calle Jorge Manrique, de Madrid, me incorporé, ya definitivamente. Era julio de 1942. Luego, he estado en Francia, Canadá, Estados Unidos, Italia e Inglaterra. A algunos de ellos fui a empezar el Opus Dei.

– ¿No le parecía que se estaba lanzando al vacío metiéndose en algo tan desconocido entonces y ya con opiniones en contra?

– Nos movía la fe del padre, que nos transmitía continuamente, y por otro lado la convicción de que era una Obra de Dios, y que Él se encargaría de sacarla adelante, como así ha sido, con los pocos y pobres instrumentos humanos que éramos nosotros.

Recuerdo que un día nos reunió a las pocas que vivíamos en aquella casa. Y extendió ante nosotras un panorama que ya recogía las tareas apostólicas que las mujeres del Opus Dei realizaríamos en el futuro. Oírle producía casi vértigo, cuando aún no había nada: dedicación a la docencia, granjas para campesinas, centros de capacitación profesional para la mujer, colegios mayores, actividades de la moda, casas de maternidad, bibliotecas, librerías, editoriales… Y sobre todo, un amplio horizonte de apostolado personal, que no se podía programar, ni medir. Y ante nuestro asombro, terminó diciendo: «Ante esto se pueden tener dos reacciones: una, la de pensar que es algo muy bonito, pero quimérico, irrealizable; y, otra, de confianza en el Señor que, si nos ha pedido todo esto, nos ayudará a sacarlo adelante. Espero que tengáis la segunda».

Estos son sus recuerdos y así nos los ha transmitió esta mujer, mayor ya, gastada y enferma, pero feliz con su vida llena. Recuerda León -su patria chica- con cariño. Nos pregunta detalles con interés, y nos toca contarle a nosotros de la actualidad y el ambiente de nuestra ciudad.

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