Sobre la Beatificación del Fundador del Opus Dei

RAFAEL GÓMEZ PÉREZ

Rafael Gómez Pérez, Profesor de Antropología en la Universidad Complutense (Madrid), Xornal Diario (Pontevedra, España), 26.6.92

Es un dato que más de 200.000 personas estuvieron presentes en la beatificación de Monseñor Escrivá. L’Osservatore Romano habla de 300.000, pero basta la impresión que produce ver las fotografías de un lleno tan imponente. Personas de todas partes, una sencilla adhesión internacional en una ceremonia contenida y solemne.

Millones de españoles pudieron ver todo, en la excelente transmisión de Antena 3. Pudieron ver la realidad sin más, lo que se estaba dando, el dato.

Los datos son los datos: el único sitio donde de manera sistemática y por parte de personas muy concretas se puso en marcha la macilenta máquina de la maledicencia fue aquí, en España, en la patria del nuevo Beato.

¿Que son muchos más los que, por simplificar, “están a favor”? Es verdad. Pero el grupo de las personas que encontraron en el acontecimiento tema, negocio o quizá ocasión para el ejercicio del odio fue muy jaleado por un sector también concreto de los medios de comunicación. Y así se pudo ver cómo gente notoriamente agnóstica o atea daba lecciones al Papa sobre cómo tenía que ser un proceso de beatificación. Gente que maltrata lo sobrenatural cada vez que puede, que ironiza sobre el culto a Dios y a la Virgen, de pronto se hicieron furibundos inquisidores de la fe ajena. Cosa antigua: en España siempre se ha sido más papista que el Papa, también para estar contra el Papa.

En España ha estado muy en boga siempre la fiebre cainita, que diría Unamuno. Aquí la actividad realmente competitiva es la envidia. Hay más de uno que se llama Caín Sánchez. No es una envidia al estado puro, sino un deseo de manchar, de ofender, de estropear.

Cuando se escriban estos días con un poco de perspectiva, habrá que decir que, incluso en contra del espíritu tolerante de la época, algunos afilaron los cuchillos, quizá porque no podían soportar el sobrio sentido de la santidad. No se lleva hoy nada el ensañamiento. En cambio, en este asunto, qué furia, qué continuidad, qué repetición de lo mismo. Historia pasada, también. La tendencia, desde hace años, es la de un redescubrimiento de lo espiritual. Lo ocurrido con la beatificación de Monseñor Escrivá es, junto a otros, un fenómeno que va en esa línea. El futuro de la santidad es muy claro, aun sin contar que tiene toda la eternidad por delante. Como desde hace siglos, quizá sólo como en los primeros siglos cristianos, están entrando en la normalidad cotidiana realidades como la oración, el trato con Dios, la caridad y el servicio a los demás como prueba de la verdadera fe.

La removida de opiniones en torno al proceso de beatificación del Fundador del Opus Dei, algo sin precedente en la historia de las beatificaciones, ha servido entre otras cosas para que se vea la cotidianidad del mensaje del nuevo Beato. Lo que se pone en medio de la calle no tiene más remedio que suscitar todo tipo de reacciones. Desde hace mucho tiempo no se escribía y se hablaba tanto sobre una institución de la Iglesia católica. El futuro de la santidad es muy saludable.

Siempre se ha dicho que Dios escribe derecho con renglones torcidos. El Beato Josemaría Escrivá, según cuentan sus biógrafos, solía comentar que el Opus Dei se había extendido por todo el mundo gracias a que, a patadas, la semilla se fue dispersando. Lo mismo acaba de ocurrir ahora: cuantos más insultos, cuantas más invenciones de la maledicencia, más apoyo popular.

Al fin y al cabo, es eso lo que ha sucedido siempre con lo cristiano, es decir, con la Cruz.

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