En torno a la beatificación del fundador del Opus Dei

Las tertulias de Jenner

Antonio González Sobaco (*)

En la Residencia de Estudiantes de Jenner estaba, por aquellos días de marzo de 1940, todo el Opus Dei: escasamente una treintena de personas. Monseñor Escrivá y los primeros que recibían de sus labios el espíritu del Opus Dei y que procuraban, con la gracia de Dios, ponerlo en práctica en sus vidas.

Verse inmerso en una tertulia de Jenner me resultaba deslumbrante. Entonces quizá no buscaba la causa de esa impresión. Con el tiempo me di cuenta de que estaba siendo testigo de como se hacía vida, en variadísimas personas, el espíritu y afán de santidad que transmitía Monseñor Escrivá.

He conservado un vivísimo recuerdo de José María Albareda, uno de los mayores en edad. Era Albareda un científico de nota y catedrático de la Universidad Central. Tratar a un catedrático en aquella época estaba, para los chicos jóvenes, impregnado siempre de profundo respeto en una afabilidad inmensa.

¿Qué decir de Salvador Canals, aquel jovencísimo estudiante de Derecho, tan “castizo”? Con el tiempo se proyectaría como un insigne canonista y autor de “Ascética Meditada”.

O de José Luis Múzquiz, muy joven Ingeniero de Caminos, que haría un largo periplo por Estados Unidos y Japón, dejando profunda huella. Era alto, con una imagen de juventud reforzada, como si no hubiera de morir…

O del alcoyano Francisco Botella Raduán, ocupado entonces con su tesis doctoral de Exactas y después catedrático de la Central. En orden a simpatía, no he visto cosa igual. Él me entregó un crucifijo bendecido por Mons. Escrivá que he conservado devotamente. Por asociación, otro levantino de similares características, entonces director de la Residencia, antes Alcalde de Oliva y más tarde sacerdote del Opus Dei: Justo Martí.

Son tipos humanos genuinos de una tierra admirable que ha sido mi patria de elección desde hace más de 45 años. Ambos dejaron una huella imborrable de luz.

Vicente Rodríguez Casado, “Vicentón”, genio y simpatía desbordante, capaz de zarandear a Lucero del Alba y hacerle perder casi la compostura… o de detalles de gran señor. Nos ha dejado un libro de una gran densidad científica sobre un tema al que dedicó en su magisterio de Historia contemporánea, entre Madrid y Piura, muchas horas: “Orígenes del capitalismo y del socialismo contemporáneo”.

Un recuerdo especial conservo de José María Hernández Garnica en la tertulia, al lado de Mons. Escrivá. Estaba “Chiqui” convaleciente de una importante intervención quirúrgica. Se veía que Mons. Escrivá estaba muy preocupado y pendiente de él. Repetía: “Por esta operación de ‘Chiqui’ estamos recibiendo muchas gracias”. Era evidente que su dolor, compartido, era un tesoro no desperdiciado por Mons. Escrivá, el cual tenía una visión de fe, sobrenaturalizada, de los acontecimientos cómodos o incómodos de la vida y ennoblecía el dolor colocándolo en el lugar que corresponde en la economía del espíritu.

De Isidoro Zorzano conservo entrañables recuerdos, primero paseando por las calles de Madrid o descansando en una chocolatería de la calle de Alcalá llamada “El Sotanillo”, donde en ocasiones se había celebrado alguna tertulia. Isidoro parecía un poco el contrapunto de aquella constelación de personas.

Pendiente siempre de los demás y su tono de media voz le hacía pasar desapercibido… para un observador superficial como yo. Años después, me enteraría de su fallecimiento por la apertura de su proceso de beatificación. Entonces comprendí aquel punto de Camino según el cual no hay prueba de predilección más hermosa que pasar ocultos.

Había, por último, otra persona. La recuerdo con un traje azul, cuello almidonado al estilo de la época, gafas de concha y siempre apacible, sonriente. Estaba muy claro que era el más próximo de todos a Mons. Escrivá de Balaguer: Alvaro del Portillo.

El ambiente de Jenner era de familia, sin familiaridades. De alegría contagiosa. Era el ambiente de familia que infundía a su alrededor Mons. Escrivá de Balaguer. Manifestación externa, llena de naturalidad y sencillez, del trato personal con Dios en la oración, de la lucha interior por identificarse con el auténtico espíritu del Evangelio, en una palabra, de la santidad. Él diría después que una santidad sin alegría no es la santidad del Opus Dei.

Trato humano, espíritu, de sencillez, virtudes humanas, como asiento de todo lo demás, “…porque las virtudes humanas componen el fundamento de las sobrenaturales. Es verdad que no basta esa capacidad personal: nadie se salva sin la gracia de Cristo. Pero si el individuo conserva y cultiva un principio de rectitud, Dios le allanará el camino; y podrá ser santo porque ha sabido vivir como hombre de bien” (José María Escrivá de Balaguer, “Amigos de Dios” n.74-75; ed. RIALP).

La historiografía ha deformado en ocasiones la vida de los santos al mostrarlos como seres distantes o ausentes del mundo que les rodea, cuando han sido en realidad los tipos más humanos.

Valor divino de lo humano, valor humano de los santos, defectos de los santos…

Paso por alto sus méritos, que fueron excelsos, y me quedo en el recuerdo con su humanidad.

(*)Doctor en Derecho

Castellón Diario, Sábado, 6 de junio 1992

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