La ética en el fútbol

Si el gol que Diego Armando Maradona metió con la mano a Inglaterra en el Mundial de México 1986 encabeza el ranking de las trampas cometidas en un partido de fútbol profesional, en el último Mundial, se han incorporado a esta lista otras acciones.

La primera, en la fase clasificatoria, el gol con la mano logrado por Thierry Henry, que permitió a Francia ir a Sudáfrica en detrimento de Irlanda; y la segunda, el comportamiento del portero de la selección alemana, Manuel Neuer, que después de ver cómo un balón lanzado por el jugador inglés Frank Lampard rebasaba la línea de gol, engaña al árbitro sacando de portería como si nada hubiera ocurrido.

A las dificultades propias del juego a las que debe enfrentarse un árbitro se suma la poca honradez de algunos jugadores que pretenden engañarle. Cuando estas acciones condicionan un resultado importante, la opinión pública vuelve a abrir el debate sobre si los jueces deportivos deberían recurrir a las imágenes de televisión para tomar algunas decisiones. Se reflexiona sobre cuál es la mejor manera de ayudar al árbitro a juzgar con mayor acierto –televisión, más asistentes, balones inteligentes, etc.–, pero nunca se discute ni se sanciona, salvo que se trate de una agresión física, el comportamiento poco honrado de algunos jugadores.

Así, el filósofo Peter Singer se muestra sorprendido cuando futbolistas como Henry o Neuer admiten abiertamente haber engañado al árbitro y rehúyen pedir perdón o asumir una responsabilidad que trasladan exclusivamente al juez en cuestión. “¿Por qué el hecho de que alguien pueda salirse con la suya ha de significar que no es culpable? Los jugadores no deben estar exentos de la crítica ética y de una sanción pertinente por lo que hacen en el campo, como tampoco lo están por engañar fuera: por ejemplo, tomando medicamentos que mejoren su rendimiento”, plantea Singer en su artículo “Is It Okay to Cheat in Football?”.

El ejemplo está en juego

Tanto la Federación Internacional de Fútbol (FIFA) como otros organismos internacionales de naturaleza deportiva deberían centrarse más en impulsar los comportamientos honrados. El fair play de los jugadores es una de las mejores maneras de facilitar la labor de los árbitros. Las trampas o engaños deben ser rigurosamente sancionados, no sólo en el transcurso del partido cuando el juez los detecta, sino después, cuando la tecnología permite demostrar los que pasaron desapercibidos en el terreno de juego.

La repercusión mediática de un Mundial de Fútbol es tan grande que alcanza también a miles de niños que sueñan con emular en el futuro a sus ídolos deportivos. Por esa razón, la responsabilidad de un jugador no debe limitarse al juicio del árbitro. “El juego transciende en cierto sentido la vida cotidiana; pero, sobre todo en el niño, tiene aun antes otro carácter: es una ejercitación para la vida, simboliza la vida misma. Los jugadores pasan a ser símbolos de la propia vida. Eso mismo actúa retroactivamente sobre ellos: saben, en efecto, que las personas se ven representadas y confirmadas a sí mismas en ellos”, escribía sobre el Campeonato Mundial de Fútbol en 1985, el cardenal Joseph Ratzinger (1).

A lo largo de la historia del fútbol, en las ligas de los distintos países, también ha habido jugadores, entrenadores y equipos al completo que han puesto de manifiesto su honradez:

Arsène Wenger: El entrenador francés del Arsenal ofreció al Sheffield United F.C. repetir un partido, tras haber anotado Overmars el gol decisivo de su equipo después de que su compañero Kanu no devolviese el balón al rival, que lo había lanzado fuera del campo para permitir que un compañero recibiese tratamiento debido a una lesión.

Ajax de Amsterdam: En el transcurso de un partido, un jugador del Ajax quedó tendido en el campo y un adversario lanzó el balón fuera del terreno de juego para que pudieran atenderle. Una vez recuperado su compañero, otro jugador del equipo holandés golpeó el balón en dirección al portero contrario para que iniciara de nuevo el juego pero con tan mala fortuna que introdujo el balón en la portería. El árbitro concedió el gol pero el equipo holandés permitió que nada más sacar de centro un adversario empatara el partido sin obstáculo alguno.

Valter Birsa: El jugador del Auxerre francés simuló una agresión que provocó la expulsión inmediata de un jugador contrario del Marsella. Pasados unos segundos Birsa admitió al árbitro que el golpe no había sido tan grave y le permitió así rectificar dejando al jugador expulsado seguir en el terreno de juego.

Existen casos especiales como el del jugador italiano Paolo di Canio o el inglés Robbie Fowler. Conocido por su simpatía hacia la ideología fascista, Di Canio era capaz de parar el juego en medio de una ocasión de gol porque el portero del equipo contrario se había lesionado en un lance previo o de tirar de un empujón al árbitro por no estar de acuerdo con su expulsión. Por su parte, Fowler, jugador del Liverpool, admitió en el campo que no había sido penalti una entrada que le habían hecho, aunque el árbitro le obligó a lanzarlo, pero en otra ocasión celebró un gol simulando que aspiraba una raya del campo como respuesta a algunas personas que le habían acusado de consumir drogas.

Lamentablemente, los casos deshonestos adquieren una mayor repercusión. El propio Singer concluye: “¿Cómo habrían reaccionado los aficionados al fútbol, si Neuer hubiera parado el juego y hubiese dicho al árbitro que había sido gol? Neuer desaprovechó una oportunidad poco común de comportarse noblemente delante de millones de personas”. También la desperdiciaron Maradona y Henry y ahora son modelos… de pillería.

Por Álvaro Lucas de Aceprensa

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(1) “El juego y la vida: sobre el campeonato mundial de fútbol”. Texto publicado en 1985 como parte del libro Suchen, was droben ist (“Buscar lo de arriba”), de Joseph Ratzinger.

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